El verano pasado fui a visitar a una amiga.
Hacía relativamente poco que se había cambiado de casa con su pareja y me la quería enseñar.
Entre tú y yo… La casa no es nada del otro mundo.
Poco más de 70 metros cuadrados, un poco de terreno y de todo menos céntrica.
Ahora bien, hubo un detalle que me llamó muchísimo mi atención.
Era un día de verano, principios de agosto, y el sol que pegaba ese día era asfixiante.
Estuvimos un rato fuera casi sudando y al entrar noté que se estaba fresquito. Fuera parecía el mismísimo infierno y dentro se estaba a gusto.
Levanté un poco la mirada y vi unas rejillas. Tate: aire acondicionado.
Pregunté si lo habían puesto y resulta que cuando compraron la casa estaba estropeado y todavía no funcionaba.
Tardé un poco, pero terminé dándome cuenta de lo que estaba pasando.
No todo terminan siendo las instalaciones.
Buen diseño.
Buen aislamiento.
Buena ejecución.
Buen uso de la ventilación natural.
En definitiva: una casa bien hecha.
Y claro, luego es inevitable pensar en la tuya, que parece que la programaron al revés cuando la construyeron: en invierno hace más frío dentro que fuera y en verano lo mismo, pero con el calor.
Tengo una buena noticia y una mala noticia.
La mala es que en el diseño y la ejecución es complicado actuar.
La buena es que en el aislamiento puede ser muy sencillo.
La todavía mejor: aparte de mejorar el confort de tu casa puedes conseguir ahorrarte algo en la declaración de la renta.
Certificación energética previa y posterior. 300€ + IVA
Esto es lo que te pedirán cuando quieras deducirte la inversión.
No valen dos certificados cualesquiera. Tienen que cumplir unos requisitos o serán papel mojado.
Realmente lo que te llevas es una guía con las mejoras que puedes implementar en tu casa y las características clave para que realmente notes un cambio.
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